lunes, 19 de octubre de 2009

La Pifia

Recuerdo que había mucha gente en las tribunas lista para ver el partido, esto me ponía algo nervioso. 30 de diciembre 2 de la tarde, el compromiso final del campeonato estaba a punto de comenzar. La lluvia ya se avisaba con grandes goteras. El árbitro dio el pitazo inicial, nosotros no la jugábamos toda, un marrano y tres garrafas de guaro estaban en disputa, ninguno de los dos equipos queríamos perder, más aún si éramos los eternos rivales.
Todo comenzaba con calma, parecía que ninguno de los dos equipos nos queríamos hacer daño. Saque de banda, Juano pidió la pelota, la paró de pecho, eludió uno y dos rivales, yo ya sabía que iba a tirar el centro, me prepare en el área para cabecear. Juano mandó la pelota, pero demasiado larga, _apenas mido como 1.70_ jamás iba a alcanzar ese balón.
20 minutos de la primera parte. La pierna fuerte comenzaba a imponerse en el partido, el terreno ya lo suficiente mojado y pantanoso empeoraba las cosas. La pelota estaba demasiado liza, era difícil intentar una maniobra individual para tratar de abrir el marcador y cogerle siquiera la cola a ese marrano.
“El Loco”, uno de nuestros jugadores no podía fallar, y para no desentonar, le sacaron roja directa por juego violento, situación nada extraña en él, a la cual, parecíamos ya estar acostumbrados. El ambiente se calentaba, todos alegábamos desesperados.
Era de esperar, con uno menos en la cancha, nos convirtieron el primer gol, a tan solo unos minutos de finalizar la primera mitad. Todos los ánimos se nos vinieron abajo.
En el entretiempo. Los guayos lo suficiente mojados, las supuestas camisas blancas, tenían un tono beis, causado por la mezcla de pantano, agua y muchas caídas. “El Primo”, nos decía que guardáramos la calma, aún faltaba un tiempo y nos repetía una y otra vez que le pegáramos de afuera, el balón estaba mojado, podía ser una buena opción.
Yo sólo pensaba en la fiesta que podíamos armar. Miraba a la tribuna, allí estaba aún entre la lluvia, bajo una sombrilla esa personita que más me motivaba para empatar y darle vuelta al marcador.
Comenzó el segundo tiempo. Debían ser más o menos las 3 de la tarde. Muy temprano Pablo reventaba un balón en el travesaño, el ruido de los que nos apoyaban no se hizo esperar. Estábamos motivados para empatar y seguir de largo, los rivales se veían cansados, nosotros también pero teníamos un nuevo aire. Uno o dos disparos más desviados como para no desentonar. El cronómetro del juez, siempre corre más rápido cuando vas perdiendo.
Pero por fin, lo que tanto buscábamos llegó, “El Enano” la metió y de cabeza faltando sólo tres minutos para el final del juego, no sabíamos si reír o festejar.
Nadie quería arriesgar el marcador estaba uno a uno. Comenzó a caer un vendaval, la gente se fue a prisa de las tribunas en su totalidad, faltando apenas un minuto y a causa del aguacero, solo quedábamos en el sitio los que estábamos en la cancha y el juez, quien parecía estar ansioso por pitar el final cobrar el dinero del arbitraje e irse. Siempre le veíamos por ahí, tomando cerveza en un billar cercano a la cancha después de los partidos y ni dudarlo en plena víspera de fin de año.
La última jugada había llegado, un tiro de esquina en nuestra contra, todos nos metimos en el área, hasta el arquero del otro equipo llegó a buscar el cabezazo. Llovía intensamente, la cancha estaba llena de charcos por toda parte. Uno de los del otro equipo se disponía para ejecutar el cobro. Yo estaba atento a la trayectoria de la pelota, pero en realidad ya pensaba más en los penaltis que en lo que quedaba por jugar. El balón venía rodando rápidamente en el aire, se dirigía hacia mí, no lo podía ver muy bien gracias a la fuerte lluvia. Salté, cabeceé el balón empapado, pero vaya error, la esférica se había metido en nuestro propio arco. No lo podía creer, acababa de cometer un autogol en plena final y perdíamos el campeonato.
Todo el otro equipo corrió a celebrar en medio del aguacero y el juez pitó el final del compromiso. Me quité la camisa, me tapé la cara y me tire al lodo. Quería que la tierra me tragara, el anhelado marrano ya era de los de la cuadra de abajo y la fiesta se esfumaba gracias a aquella pifia que nunca voy a olvidar.

No hay comentarios:

Publicar un comentario